Recuerdo perfectamente ese sábado, 11 de octubre de 1986: nos casamos en Tepoztlán, Morelos (quisimos hacerle un homenaje al Che Guevara, porque según yo, allí se había casado; pero años después me enteré que donde se casó fue en Tepotzotlán, Estado de México; de todas maneras me alegro de habernos casado en Tepoztlán, porque es un lugar mágico y hermoso) y para llegar allá nos fuimos en autobús; tengo bien presente el asombro que me produjo ver a la orilla de la carretera el campo lleno de flores, como buen augurio de lo que había de venir.
Nos casamos en el registro civil. Después de la ceremonia y la firma del acta de matrimonio, salimos al balcón a lanzar el ramo de flores. Luego nos fuimos a desayunar al mercadito del pueblo y de allí, dimos un recorrido por la iglesia-museo; todo esto lo hicimos para darle tiempo a algunos invitados que no habían llegado. Después de un largo rato, por fin emprendimos la marcha hacia el cerro del Tepozteco, con la idea de celebrar nuestra boda con un día de campo. Tuvimos tanta fortuna, que encontramos un espacio desocupado con bancas de piedra, como aquella señal fundacional del águila devorando una serpiente que encontraron nuestros antepasados hace casi siete siglos.
En las mesas de piedra pusimos la comida y el vino que nuestros amigos y familiares llevaron para compartir. Como también llevamos una grabadora, una guitarra y un cuatro venezolano, inmediatamente armamos la pachanga con baile y cánticos que se extendieron durante horas. Mientras los niños corrían y jugaban en un solar contiguo, los jóvenes aventureros subían el Tepozteco, para gozar de su privilegiada vista desde la cumbre. Fue una boda post hippie, la más divertida a la que he asistido.
No recuerdo a todos quienes nos acompañaron, pero puedo mencionar a: mi profe Ernesto Flores, a Jaime Pontones y Pily, a Lalo Díaz, a Ariadna Welter y Eduardo Gleason, a Eduardo y Lorenza Welter, a su mamá y su esposo, a Chela y Enrique, a Adriana, a Jorge el primo de Cecilia, a Luis y Estela, a Julieta e Israel, a mi mamá y a mi suegra, a Georgina, Manuel y Alejandra, al borrachito sonriente que se coló a la fiesta (nunca faltan los colados jajajaja) y, en fin, tanta gente querida; por desgracia algunos de ellos ya no están con nosotros.
Me gustaría volver a reunirnos al pie del Tepozteco con todos ellos y con los nuevos amigos que la vida nos ha regalado, con nuestras hijas y con los nuevos integrantes de la familia para refrendar el amor entre Cecilia y yo, para cantar y bailar de nuevo con todos ustedes, plenos de alegría y esperanza por la vida y el futuro. "Solo el amor convierte en milagro el barro". Estás condialmente invitada/o.